Soy de los
soñadores que sostiene, y no es una simple suposición pues se comprueba día a
día, que el nivel de correspondencia entre los sistemas educativos y las
demandas de la sociedad del siglo XXI condiciona el avance de la humanidad que,
en su mayoría no ve las transformaciones que se están dando. Sin embargo,
siente que está en medio de una etapa de inestabilidad global que lentamente la
conduce hacia espacios de incertidumbres, creados, con toda razón, por el
carácter deleznable de los seres humanos, quienes conservan el artificio y la
picardía como estrategias de vida, y que son las causas de contratiempos y caos
que abruman al propio ser humano. No obstante, desde nuestra perceptiva las
sociedades sobrellevan la conversión de un mundo materialista hacia otro
sensible y espiritual, que es el fin supremo, porque muy en el fondo nuestro
ser tiende suprimir la animalidad en favor de la generosidad y amor al prójimo,
tanto como una necesidad, como por la esencia de nuestra naturaleza
humana.
Todo ello es posible si la
educación mantiene estrecha correlación con las demandas económicas y sociales,
pero sobre todo con las necesidades humanas, pero en el estricto sentido humano, lo cual no se refiere a lo material sino a lo ético, que es la mayor fragilidad
de los seres humanos. Porque esta cohesión no solo es palpable cuando genera un
valor que se categoriza en la conexión que exista entre los profesionales egresados
de las universidades y las diversas necesidades que existen en cada
sociedad o el desarrollo económico que estas exhiban. Esta realidad deberá comprobarse no
solo con hechos concretos dentro de cada ambiente, en los bienes u obras públicas
que revelan eficiencia, eficacia, estética, pertinencia social y humana y con
la idea de progreso y desarrollo humano. No, va más allá y es más complejo.
Veamos. Si aceptamos esta perspectiva, deberíamos reconocer
una realidad muy desagradable, pues los resultados que están ante nuestra vista
revelan un distanciamiento y una notable incoherencia entre lo que enseña,
transmite y ofrecen las escuelas y universidades con la realidad humana, que es la escasez de comportamientos integrados de las personas en cada espacio del quehacer humano que denota ausencia de prácticas éticas en la actuaciones realizadas.
Siendo ello una de las causas de la pronunciada crisis del mundo a comienzos
del siglo XXI, acelerado también por el agite de la postmodernidad que, al menos, nos
obliga a una continua revisión y evaluación de la educación que se oferta en el
presente.
De esta manera queda comprobado la irresponsabilidad del mundo educativo y es tan gigantesca que sólo es posible concebir su magnitud cuando revisamos que La Declaración
Universal de los Derechos alcanza los 64 años, mientras los sistemas educativos
permanecen congelados o petrificados y sin capacidad de responder y formar a ese
ser humano que practique los principios elementales que garanticen la vida en
paz y, más allá, logren las metas superiores.
Por ello hoy, más que nunca, es necesario enseñar
el valor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en virtud de que
la incertidumbre y el déficit de cualidades humanas nos podrían retrasar hasta
etapas superadas. Además, esta visto que, la educación es el instrumento ideal
y por medio del cual es posible formar los seres humanos con excelsas
cualidades. De allí que no queda otro desafío para los sistemas educativos que
enfrentar las carencias y aplicar currícula adaptados a las demandas de hoy.
Pero, son los docentes quienes tienen ante sí mismos la tarea titánica de transformarse en seres humanos plenos de cualidades éticas y ciudadanas para modelar y formar los seres humanos del mañana. Este es un reto de cada sociedad, pero son los docentes los protagonistas, que desde el espacio educativo están llamados a iniciar la transformación de la sociedad de vecinos y habitantes en sociedades de ciudadanos, que conozcan los derechos humanos, como también los básicos o políticos.
Pero, son los docentes quienes tienen ante sí mismos la tarea titánica de transformarse en seres humanos plenos de cualidades éticas y ciudadanas para modelar y formar los seres humanos del mañana. Este es un reto de cada sociedad, pero son los docentes los protagonistas, que desde el espacio educativo están llamados a iniciar la transformación de la sociedad de vecinos y habitantes en sociedades de ciudadanos, que conozcan los derechos humanos, como también los básicos o políticos.
Sin embargo, no solo es válido conocer los
derechos humanos, sino que es necesario, además lograr la cognición ciudadana, que permitirá que
toda persona valore el significado de los derechos humanos y los practique, los
respete y cuide permanentemente. No será fácil pero no hay otra alternativa que
enfrentar la realidad que no aturde. Y es por esta razón que todos los docentes
tienen ante sí la tarea de revisar, evaluar y transformar su comportamiento y a
partir de allí ser modelos de ciudadanía. Solo así será posible hacer factible
la práctica ampliada de los preceptos anunciados en La Declaración Universal de
los Derechos Humanos.
Seguimos
soñando con la mejor educación para el mejor país posible.