La política
y la educación dependen una de la otra. Están interconectadas, siempre ha sido y será así.
La historia de todas las civilizaciones lo ratifican, pero son pocos los países
que se ocupan de que así sea. En Grecia Antigua, por ejemplo, la educación tenía,
como deber ineludible, preparar los guerreros que defenderían la patria y el
poder constituido, lo cual era conveniente ante la inexistencia de otra forma de
gobierno o de la democracia. No obstante, es éste concepto lo que en la
actualidad llama tanto la atención ante el permanente divorcio e incoherencia entre
democracia y educación, sobre todo cuando se está en un escenario democrático. De
allí viene la perenne manifestación de fragilidad y decepción de la democracia como sistema de gobierno.
Para nadie
es un secreto que la democracia de Latinoamérica, como en Europa e inclusive estadounidense presentan graves deficiencias a partir de la ausencia de
condiciones cívicas de sus habitantes, que serán siempre habitantes mientras tanto
no adquieran atributos y competencias que sirven para nutrir y fortalecer la
democracia, no como una idea, sino como hecho palpable donde es posible lograr
metas complejas, porque los ciudadanos están preparados para ello.
En Latinoamérica
durante más de 100 años la educación ha estado desliga de la formación para la
democracia. Este es el caso de Venezuela que durante los cuarenta años de la
democracia representativa, y a través de diversos sistemas educativos arcaicos,
no apunto a la formación de ciudadanos. Visto así, la colectividad
no aprendió a valorar la trascendencia de la democracia y mas allá, no alcanzo competencias
que permitieran renovar y fortalecerla. Así como el poder llego a los partidos políticos,
así se fue desvaneciendo lentamente y sin pausa, en medio de deficiencias, irresponsabilidades,
ausencia de éticas de gestión pública, corrupción e injusticias. Así que, con ejercicios
democráticos muy deficientes que dieron al traste con los ideales de superación
de bastos segmentos sociales y en ambientes de oscurantismos, fueron fácilmente sugestionados
por agentes carismáticos, pero con propósitos nada beneficiosos para los logros
teóricos que representan las leyes y reglamentos que están en la constitución
nacional o en las disposiciones de carácter internacional.
Hoy, cuando
Venezuela se encuentra en plena lucha entre democracia y comunismo, o barbaries
y sapiencias, aparece en el horizonte la oportunidad de plantearnos el escenario
dos, que es el caso en cual triunfa la oposición y un gobierno de Enrique
Capriles allana las posibilidades de renovar el sistema educativo, ya caduco y
que no ofrece nada en un mundo de sociedades postmodernas que exigen mayor competitividad
y atributos para enfrentar las vicisitudes que estas presentan.
Un nuevo gobierno
estará obligado a reorganizar el sistema educativo para que sea audaz, flexible y
renovador, dicho de otra manera, que no se detiene, se transforma continuamente
y reconoce que a pesar de lo adelantos proliferan personas y vecinos muy rezagados
en lo cívico. Por tanto es necesario formar ciudadanos con virtudes, porque lo
más valioso de un país es su gente, de nada valen los recursos naturales e inmensos caudales de capital, si estos no son administrados adecuadamente. Venezuela o
cualquier país puede ser como una mujer joven, bella y muy atractiva, pero que no
posee cualidades para superar las exigencias que se han de presentar comúnmente.
Cuando ello ocurre los políticos picaros, como siempre, intervienen con propósitos
bien definidos: obtener el mayor beneficio posible. ¿Quién dice lo contrario?
Cuando
Arturo Uslar Pietri llamo la atención sentenciando que había que “Sembrar el Petróleo”,
probablemente quería significar la necesidad de formar ciudadanos, que lo
correcto no era utilizar el inmenso patrimonio para construir obrar faraónicas.
No. ¿De qué sirven tales obras si no contamos con ciudadanos? ¿De qué han servido miles de millones de dólares
durante estos últimos 14 años? Todo ello nos lleva a exigir al nuevo gobierno
un sistema educativo que no busca adoctrinar, muy al contrario, espera que cada
ciudadano, por eso el sustantivo, se acerque de modo personal y autónomo a
definiciones e interpretaciones que fortalecen la democracia y otras
realizaciones superiores.
El mundo
requiere sistemas educativos, ya no dominados por la visión de lo económico,
que ha sido lo más importante, pues en este fin obvia lo humano. Es por ello que, las universidades, hasta ahora, han apuntado a lo económico, mientras
lo humano es solo complemento –las crisis económicas de Europa y Estados Unidos
y el intento de transición política en Latinoamérica anuncian una crisis humana
que demanda transformación, que debe ser cívica y luego espiritual. Entonces, la educación
deberá escoger entre: preparar para la ganancia y la tolerancia, entre adiestrar
para la acumulación del capital y la solidaridad, entre la productividad y la
sensibilidad, entre la autonomía y la sumisión, entre formar para el estado de
derecho y la apatía y entre formar para lo social y lo individual.
En resumen,
podemos sostener que aquellos países donde la educación no forme ciudadanos, estarán
condenados a ignominias, y eso es lo que sucediendo en Venezuela y otras partes
del mundo. De ahí que, pobre los países donde los políticos no sean ciudadanos, la ruindad será parte de sus entornos. No obstante la educación deberá equilibrar entre lo económico y lo
humano, que está representado por la ciudadanía virtuosa.
Seguimos soñando
con la mejor educación para el mejor país posible.