Si observamos
con curiosidad, lo que ha sucedido en Venezuela durante los últimos 14 años, aceptaríamos
que se ha gestionado imponer, por medio de la “legitimidad”, dicho de otro modo,
utilizando todos los mecanismos institucionales que avalan o sustentan al
estado de derecho, un sistema político autoritario o comunista, donde como
todos sabemos por experiencia ajena, y ahora propia, que las libertades o
derechos de los ciudadanos están controlados o limitados y donde el fraude no es
obstáculo cuando del poder se refiere. En efecto, durante este lapso de lucha,
de una ardua confrontación entre dos bandos que se oponen radicalmente entre si,
se han revelado distintas facetas del ser humano, lo que ha brindado a acuciosos
investigadores, inéditas oportunidades para detectar y obtener resultados
teóricos y científicos sobre los seres humanos y la democracia.
Para muchos
estudiosos, este período representa uno de esos momentos claves, que ofrecen la
oportunidad para estudiar los efectos producidos por la inmadurez ética de los
seres humanos sobre lo social, lo político y lo económico. Es por esta razón que,
sostenemos que no hay crisis sin que la conducta humana exhiba la escasez deontológica
que lleva a la democracia al limbo del desencanto y a la exposición de su fragilidad
hasta niveles que complican la estabilidad y apreciación del mejor sistema político,
ideado en las ciudades estados en la Antigua Grecia hace más 2.500 años. De ahí
que podríamos sostener que son las fallas humanas las que promueven los zarpazos
del comunismo o el autoritarismo, que es, en el fondo, la ausencia total de
praxis éticas. Razón por la cual sabemos que no hay perspectivas al reconocimiento
de los derechos humanos y menos ciudadanos o políticos lo cual traduce opresión
y aniquilación a las posibilidades de expresión o manifestación pública. Mientras
que, la democracia ofrece oportunidades jurídicas y legales para lograr cada día
mejores condiciones para la salud, la educación y la vida, significa también libertad,
pero a la par el compromiso de construirla permanente bajo los preceptos éticos
que sus postulados teóricos anuncian. Allí radica la complejidad y contrariedad
de la democracia.
El problema de la democracia esta en que sus actores y gerentes públicos
fallan reiteradamente, como resultado las instituciones contravienen los
desempeños esperados; ocasión que los “revolucionarios” del comunismo esperan reposadamente
y aprovechan adaptándose a los tiempos, logrando reinventarse para ir a lo
fundamental: convencer y aniquilar cualquier vestigio de autonomía personal
para luego manipular y controlar, ayudados por poder comunicacional que le
brindan los medios de comunicación, apoyados en gurúes publicistas que se
rinden ante ofertas escandalosas. Pobre de las personas que dejan que otros
piensen por ellos, penosamente estarán predestinados a ser obedientes y esclavos
de propósitos ajenos.
De modo que, la ignorancia o la escasa cultura democrática de los
pueblos democráticos es, podríamos afirmar, el opio de los neocomunistas y los falsos
actores democráticos que, como siempre, mantienen la idea de enquistarse en el
poder con la fuerza y las leyes que a disposición cuentan.
Como ya hemos sostenido, la gran debilidad de la democracia reside
en vecinos y habitantes, quienes no tienen condiciones para analizar, de modo
propio, los diferentes acontecimientos políticos, sociales y económicos, quedando
bajo control y manipulación estatal. Por ello es necesario que las sociedades democráticas
“abran los ojos” y participen pertinentemente en cada una de las esferas de la gestión
pública, porque muy en el fondo nadie quiere vivir como en la antigua URSS,
Corea del Norte o Cuba. En esta dirección, la democracia requiere que sus
actores políticos e instituciones fortalezcan la cultura democrática continuamente;
porque un buen desempeño dejara siempre aprendizajes y afianzara los valores de
la cultura democrática que serán la base para enfrentar exigencias futuras.
Ahora bien, referirse a la debilidad de la democracia
embriaga, ya que nos lleva a la perenne disyuntiva existencial de la política,
que está irremediablemente ligada al acontecer de la vida y que no es otra cosa
que al eterno enfrentamiento entre el bien y mal, que, en este caso, estaría
representado por el comunismo o autoritarismo y la democracia, que sería el bien.
Pues, el bien no es tal bien y ni lo será, mientas tanto el espacio en cual se
hace la democracia no esté constituido por ciudadanos. Decimos ciudadanos
porque son quienes deben hacer la praxis política, la praxis ética y ello porque
están preparados para dirimir diferencias y lograr grandes consensos que benefician
a todos por igual. El comunismo, que es el mal, por donde quiera que se le mire,
se aprovecha de la ignorancia para llevar a cabo propósitos desleales y
deshonestos con la naturaleza propia del ser humano. No estamos acá para
destruirnos, estamos para protegernos.
No obstante, no todo está escrito. Nada garantiza que los
ciudadanos coordinen en la perfeccion el desempeño de la democracia, pero es la apuesta que las
sociedades de hoy tienen a mano y les sirve para reconstruirse permanentemete. Es un asunto inapelable,
como es el caso de Venezuela, donde la lucha es sinónimo de ciudadanía, porque
el liderazgo opositor está modelando el perfil del ciudadano para la democracia
que viene. No es un hecho fortuito. Es la evolución misma de las sociedades con
cierta cultura democrática sugieren que los cambios deben hacerse civil y pacíficamente.
Venezuela lo merece, el mundo espera que así sea.
Seguimos soñando con la mejor educación para el mejor país posible