Desde la óptica ciudadana, una visual
suscitada dentro del pensamiento de la filosofía educativa occidental de finales del siglo
XX y acentuada en el pensamiento de Norberto Bobbio cuando en el “Vuelco de
perspectivas” especula sobre la necesidad de un cambio en las configuraciones de
desempeños de los habitantes, que son los gobernados, por la de los que gobiernan,
que son los picaros actores políticos. Entonces, afirma que el ciudadano ya deja
de ser obediente y pasa a ser vigilante, controlador y regulador de la gestión política,
mientras que los actores políticos responden a estas exigencias. Así, se eleva,
al campo de la política, la idea del espíritu ciudadano que, como complemento,
es aceptada en el campo de la antropagogía, para no ir tan lejos pues estos
espacios así lo sugieren.
No por pura casualidad, este es un vértice
de discusión y discordia, debido a que es escasamente percibido por quienes no
aceptan que el conocimiento, los valores, las artes, las competencias y lo que se enseña, trasmite y facilita la escuela o la universidad deben mantener integral correspondencia con una visión filosófica auspiciante de metas garantizadoras de la democracia.
Todo lo cual ha demostrado que la educación no ha guardado coherencia con la necesidad de
formar ciudadanos para la democracia. La educación se ha
ido transformando a un ritmo demasiado lento, lo que se origina la caducidad
de los sistemas educativos y deja a la luz de los sucesos las deficiencias y las
discrepancias humanas con las exigencias cognitivas, éticas y competitivas de cada espacio y tiempo. En
este entorno, no cabe, sino, reconocer la necesidad de estudiar la posibilidad
de establecer o acordar una nueva acepción del sustantivo analfabetismo como resultado de las fallas de la educación. Esta vez
más amplia y, por tanto, distinta de la que conocemos desde hace décadas. En el
fondo, lo que se busca es otorgar un perfil más pertinente a la educación que hoy se imparte,
para que así sea posible lograr el ser humano que demandan las sociedades del
siglo XXI. Esto es, en esencia, una muestra de lo que la política educativa, en una
democracia, debe hacer para que la filosofía sostenga a una educación más acorde
con las necesidades, en concreto, mantenga mayor correspondencias.
El analfabetismo, cuyo
significado traduce ignorancia, atraso, desconocimiento, oscuridad o tiniebla, ha sido utilizado, en la mayoría de los casos, para identificar y calificar a las
personas con carencias cognitivas, inhabilitadas para el acto de lectura, escritura
y ejecución de operaciones básicas de matemáticas, como suma, resta o
multiplicación. Hoy en día, este término requiere una amplitud semántica que satisfaga las
distintas demandas en las que el mundo actual coloca al ser humano. Entonces, dado
que, ya no se trata de leer, escribir, sumar o restar, el espacio físico y
temporal de Venezuela y el mundo ha revelado la ignorancia ciudadana o mejor, el analfabetismo
ciudadano, que es responsabilidad de la educación, incompetente a la hora de formar seres con virtudes. Triste verdad.
Admitamos que los nuevos tiempos dejan a la luz de los
hechos grandes verdades; inocultables y evidentes deficiencias cívicas, de
diversa naturaleza, que deben ser calificadas, estructuradas y organizadas en
favor de aplicar las soluciones probables. Por supuesto, todas en el marco de
la planificación de una ciencia que, como la educación, siempre ha estado
rezagada, cuando debería, sin proponerlo, comprender el
origen de los eventos, descubrir y visualizar las deficiencias del
conocimiento, los valores, las artes, las pericias y las competencias para
que luego, muestre la fortaleza para corregir y responder satisfactoriamente a los tiempos.
Como nada de esto ha sucedido, seguimos apostando al éxito de la
educación, advirtiendo que la meta no se trata de disminuir la
cantidad de personas sin habilidades para la lectoescritura, la aritmética y el
cálculo. No, ahora mismo necesitamos enfrentar la rigurosidad de la certeza del analfabetismo ciudadano entre nosotros, que lo sentimos a cada instante y que debemos disminuirlo prontamente. Reconozcamos que sus limites atentan asombrosamente contra la
posibilidad de sostener la ecología del planeta, la armonía entre los seres
humanos, la construcción de sociedades más humanas,
tolerantes, plurales, participativas, inclusivas y donde la democracia no sea
agredida continuamente.
Aun cuando estamos viviendo cambios fulgurantes que han dejado a la
sociedad aturdida, sorprendida y sin respuestas, todavía hay decenas de países
que luchan por disminuir a los iletrados, cuando el mundo nos exige que la meta de la educación debe estar más allá; que debemos formar ciudadanos para potenciar la posibilidad de mantener los recursos renovables para las
futuras generaciones, lograr vivir en armonía aun en la contrariedad política y
fortalecer y construir continuamente la democracia.
Lejos, muy lejos están aquellos quienes hablan de la necesidad de un encuentro ciudadano o piensan que la
lucha es desaparecer el analfabetismo tradicional. Pues no, la lucha, la
verdadera lucha está por comenzar. Se trata de formar ciudadanos con virtudes
como única estrategia para sostener la vida en nuestro Planeta Tierra sin que
acabemos primero con ella y que la ambición por el poder y la perversidad acaben
con la vida sobre ella.
Seguimos soñando con la mejor educación, para el mejor país posible.
Dios Bendice a Venezuela, Amen.
Phd. Luis Beltrán Campos Bolívar