Aun cuando se confirme el hecho de que las personas egresen de universidades con títulos y reconocimientos, conformen célebres círculos científicos, intelectuales y académicos nacionales e internacionales, estén vinculadas a cultos religiosos que exigen cumplir la palabra de Dios, ostenten poder económico, constituyan pujantes consorcios empresariales, posean origen étnico especifico, establezcan, con popularidad, liderazgos políticos, gremiales y sindicales, ejerzan docencia en diferentes niveles, sean activistas por los derechos humanos, civiles y económicos, en fin, conserven disimiles distinciones idiosincrásicas, estas particularidades personales no garantizan que, como ser humano, dispongan virtudes ciudadanas. Esto es, entonces, indiscriminación idiosincrática, una de las características de la ausencia de ciudadanía o ignorancia ciudadana, factor determinante del rezago de las sociedades democráticas en el siglo XXI.
Los seres humanos, indistintamente de las características personales señaladas, y otras que seguramente envuelven nuestra percepción, mostramos exiguas actitudes ecológicas y urbanas, igualmente, exhibimos insolvencia ética, escasez de cognición cívica y prestancias participativas lo cual revela, en concreto, la ausencia de virtudes cívicas, una situación de los seres humanos que impide construir y conservar una mejor sociedad. Esto es, incuestionablemente, el resultado de una educación que no se ha ocupado, durante siglos, de formar ciudadanos; lastimosa realidad de la que no escapan los habitantes de las naciones desarrolladas, como tampoco las que están en vías a lograrlo.
Distinguida así, lo
peor que le puede suceder a un país es que la ignorancia ciudadana sea
transferida de generación en generación, sin que se cuestione por qué acontece y, más aún, sin que se apliquen las artes educacionales, promotoras de saberes y
talentos requeridos, por quienes consideran que la alianza entre cognición,
competencias y praxis ética es vital para constituir mejores sociedades.
Los acontecimientos socio-históricos
comprueban que la ignorancia ciudadana o la ausencia de ciudadanía se presenta
como una realidad difícil de disminuir por medio del simple y puro acto de enseñar
a leer y escribir o por medio de la preparación de profesionales para el
trabajo y éxito económico. Indudablemente, durante siglos, el error de la
educación ha sido la postración de los sistemas educativos, y la aplicación de modelos
educacionales, ante ópticas educacionales obsoletas con la que la educación
básica, media y universidades no agregan competencias y cualidades ciudadanas a las distintas generaciones. Siempre
ha permanecido centrada en desarrollar la competitividad, a desarrollar lo egoísta,
mientras lo humano, que está presente en lo ecológico, lo urbano, lo cívico y lo
democrático permanece oculto. Por tanto, no es extravagante subrayar que
vivimos en un mundo con exorbitante ignorancia ciudadana y que los sistemas
educativos se encargaron
de reproducir el oscurantismo cívico. Un submundo donde lo normal es no aprender actuar adecuadamente, a preservar la naturaleza, a reflexionar e interrelacionar los hechos, a conocer, valorar, hacer valer los derechos humanos ciudadanos, a participar con prestancia en decisiones trascendentales y construir la democracia, porque ello requiere esfuerzos permanentes en lo cognitivo, lo ético y lo cualitativo. Como resultado, no formar ciudadanos conduce al caos, al egoísmo, la exclusión, la pobreza y la desidia que, como estilo de vida, solo acarrea el fracaso.
de reproducir el oscurantismo cívico. Un submundo donde lo normal es no aprender actuar adecuadamente, a preservar la naturaleza, a reflexionar e interrelacionar los hechos, a conocer, valorar, hacer valer los derechos humanos ciudadanos, a participar con prestancia en decisiones trascendentales y construir la democracia, porque ello requiere esfuerzos permanentes en lo cognitivo, lo ético y lo cualitativo. Como resultado, no formar ciudadanos conduce al caos, al egoísmo, la exclusión, la pobreza y la desidia que, como estilo de vida, solo acarrea el fracaso.
Así que, por ejemplo, los logros
que permitieron a la Revolución Cubana reconocimientos internacionales, por
parte de la UNESCO, en el siglo pasado, hoy son estruendosos desaciertos, migajas
del inmenso océano de conocimientos, cualidades éticas y competencias
participativas necesarias para que una persona pueda ser considerada un ser
humano integro. La lucha contra la ignorancia no se refiere a enseñar a leer y
escribir y preparar para el éxito económico. Va mucho más allá.
En el siglo XXI, la
educación, más bien, deberá apuntar al logro de conocimientos, competencias y
la praxis ética en distintos órdenes. Es necesario enseñar a comportarse
adecuadamente en distintos escenarios, a procurar relaciones cordiales,
mercadas por la cortesía y la decencia. La educación debe insistir en enseñar a
infantes, adolescentes, adultos, adultos mayores y hasta en la ancianidad, por
medio de la antropagogía y siempre que haya interés y condiciones
psicobiológicas, a utilizar y salvaguardar la naturaleza, a lograr la
tolerancia, el respeto, la pluralidad, la participación y el consenso
mancomunado. Poco hace la educación si se enfoca en leer y escribir, si no
logra la cognición de las ideas supremas como respeto, participación,
democracia, derechos humanos, sociales, políticos y ciudadanos los cuales son esenciales
para hecho democrático.
Ignorancia
ciudadana no se entiende, solo, como carencias de conocimientos. No. A la luz de la
transitoriedad del conocimiento e inestabilidad de las teorías, es una
situación infausta entre los seres humanos, porque, como tal, limita
competencias y cualidades, que impiden cuidar ecosistemas, ser urbano, ético, cívico y participativo con lo cual es imposible orientarse hacia el logro de las Realizaciones Superiores.
Seguimos soñando con la mejor educación, para el mejor país posible.
Phd. Luis Beltrán Campos
@postmodernidad